La clave de Okinawa. El kárate y los misterios de la transmisión cultural.
Mucha gente piensa que el kárate es un arte marcial japonés. Pero no es exactamente así. Ni mucho menos. Podría decirse que fue precisamente gracias a los japoneses, que este arte pudo desarrollarse. Y no me estoy refiriendo a su difusión. El kárate es de Okinawa. Su difusión mundial se la debemos en gran parte a los norteamericanos.
Okinawa es la isla principal de un archipiélago de setenta y dos islas que forman una cadena que se extiende desde el sur de la gran isla japonesa de Kyushu hasta la isla china de Taiwán. En si mismo, el nombre de Okinawa tiene un significado revelador: “maroma, estacha”, que es la cuerda de un barco. ¡Ah, las palabras, las palabras! Se trata de un enclave muy especial. Es bien sabido que desde siempre los mares fueron el camino más ancho para la cultura y el comercio: El camino de menor resistencia, por donde se mueve a la mayor velocidad y con menos pérdidas tanto la electricidad en un circuito, como las corrientes de los ríos. Y también, por supuesto, la cultura.
Acabo de pegarle una mirada a aquella zona con el Google Earth y realmente es así, es como una gran cuerda que cierra el Mar de China por el Este y casi se podría saltar de isla a isla desde Filipinas hasta Japón, pasando por Taiwán. Y en el centro está Okinawa.
La clave de Okinawa radica sin duda en su situación geográfica, de verdadero puente cultural entre la milenaria China y el ignoto Japón, y en su Historia. Okinawa y el resto de las islas del archipiélago Ryu Kyu, se mantuvieron más o menos independientes tanto de China como de Japón, durante largos siglos, comerciando con todos, incluso con los europeos cuando llegaron a aquellas aguas a partir del s. XVI.
El comercio y la cultura viajan juntos en los barcos y Okinawa recibió una fuerte influencia cultural de China que no en vano era un gran Imperio: productos, gentes, religión, costumbres y artes, las marciales incluidas. No debemos perder de vista que, las artes marciales, como la primera mitad de su nombre indica y aunque algun@s puedan arrugar la nariz, forman parte del conjunto de las creaciones culturales humanas, desarrolladas por necesidad, no sólo de autodefensa, sino también como ejercicio físico y mental, desde la más remota antigüedad. En Oriente como en Occidente los monasterios son las incubadoras de la cultura. Desde China llegó a Okinawa el budismo y curiosamente las artes marciales navegaron desde el Oeste de la mano de la religión: ¡A Dios rogando y con el mazo dando!
En 1.609 este estado de cosas finalizó. Un señor de la guerra japonés, Ichisa Shimazu, invadió el archipiélago con sus samuráis, ya por aquel entonces armados con armas de fuego. Okinawa cayó así bajo el dominio nipón, y al igual que por ejemplo, los españoles en las cercanas Filipinas, prohibieron a los nativos poseer armas, para asegurarse un más tranquilo dominio de la población y sus recursos.
Así las cosas, florecieron las técnicas de lucha con manos y pies, aprendidas de los chinos, y que ya se habían ido desarrollando y perfeccionando en aquellas islas. Y como de la necesidad se hace virtud, del tener que defenderse sin armas, -aunque sea de los propios paisanos- surgió lo que nosotros conocemos hoy en día como kárate. Manos, pies, codos, rodillas y hasta aperos de labranza sustituyeron eficazmente a los sables. Pronto su enseñanza estuvo asimismo prohibida por los dominadores japoneses y este arte pasó a enseñarse en la clandestinidad, cubriendose de un halo de misterio que aún, en cierto modo, perdura. Así pues, el robusto desarrollo de las artes marciales en Okinawa, se lo debemos sin duda a la necesidad fomentada por los japoneses. Y su difusión a la inoportuna provocación agresiva e imperialista que les llevó a chocar frontalmente con los norteamericanos en la II Guerra Mundial.
Cuando en 1.945 los marines finalmente pudieron poner su bota sobre las playas de Okinawa, en un sangriento desembarco que costaría la vida a miles de okinaweses y que representaría el preludio de la derrota nipona, nadie podía intuir que ese sería el inicio de la cuenta atrás de un viaje que catapultó al kárate –y otras artes marciales asiáticas, reconstruidas con el mismo patrón- a todos los países de lo que denominamos Occidente.
Pero el mundo es redondo y quizás no estemos hablando tan solo de un viaje de ida. Sino de ida y vuelta. En el espacio, y también en el tiempo. Un retorno desde el país del sol naciente, para volver finalmente a la soleada Grecia. A la Grecia de “clima suave y clemente”, pero de inclementes guerreros.
Fuente: http://historia-por.blogspot.com/2008/07/la-clave-de-okinawa-el-krate-y-los.html